At the Moulin Rouge: The Dance by Henri de Toulouse-Lautrec, 1889-1890, via The Philadelphia Museum of Art

¿Cómo se ha representado el cuerpo y la danza en el arte?

Existe una relación innegable entre el cuerpo y el movimiento, no sólo desde las especificaciones de la danza y la coreografía aunque son estas dos disciplinas las que rigen conceptual, teórica y simbólicamente la sofisticación del cuerpo en movimiento. En el arte, se suele asociar esta relación con el performance, sin embargo desde la pintura también se ha explorado las potencias de los cuerpos en acciones danzísticas o performáticas.

El cuerpo humano es en sí mismo símbolo de identidad racial, sexual y de género, así como un portador de adhesión social, política y cultural, tanto por los aditamentos que se le colocan en términos de vestimenta, como por las aún más importantes expresiones de gestualidad y las formas en las que se articula por medio del movimiento.

En el arte el cuerpo ha tenido un papel fundamental desde las primeras manifestaciones artísticas sobre piedra, un tema que sin duda merece una reflexión aparte. En relación con la danza, la pintura del siglo XVII se vio influenciada por los temas clásicos de la antigua Roma, como se puede ver en la obra Dance to the Music of Time (1634) de Nicolas Poussin, en el que se representa la danza como una de las bellas artes ejercidas por deidas. La escena se desarrolla temprano en la mañana, con Aurora, diosa del amanecer, precediendo al carro de Apolo, el dios del sol en el cielo detrás; las horas lo acompañan y sostiene un anillo que representa al zodíaco.

Nicolas Poussin, Dance to the Music of Time, 1634

Nicolas Poussin, Dance to the Music of Time, 1634

 

Desde estas primeras representaciones, y con base en las teorías estéticas y artísticas, la danza ya se asociaba con el tiempo y, por lo tanto, con el movimiento, en este caso en alusión al paso de las estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. Pero es a finales del siglo XIX cuando la danza tomó un particular interés entre los artistas de vanguardia, como Édouard Manet, Henri Matisse, Pierre Auguste Renoir, Edgard Degas, Paul Gauguin y, desde luego, Toulouse Lautrec.

Pierre-Auguste Renoir, Dance at Bougival, 1883, vía The Museum of Fine Arts, Boston

Pierre-Auguste Renoir, Dance at Bougival, 1883, vía The Museum of Fine Arts, Boston

En el caso de estos pintores, la danza representaba un escenario vivo que no solo aportaba dinamismo y movimiento dentro de la aparente estática pictórica, sino también mostraba las identidades y estilos de vida de la sociedad europea principalmente, en un contexto histórico que no antecedía los sufrimientos de las guerras que tomarían a la sociedad en las primeras décadas del siglo XX. Los guiños al aire libre y las temáticas que rompían con los valores academicistas del arte se reflejan en los personajes y escenarios que retratan, alejados de la mitología y más enfocados a la vida real.

Pierre-Auguste Renoir, Bal du moulin de la galette, 1876.

Pierre-Auguste Renoir, Bal du moulin de la galette, 1876.

Con la distancia histórica que nos aventaja, se podría considerar que se trataba de pinturas que solo mostraban a una clase social específica. Si bien para este momento la pintura ya estaba alejada de la representación de deidades o figuras religiosas y de la realeza, la elección de personajes comúnes constituyó un rompimiento con las temáticas clásicas. En obras como The Dancing Class (1870) de Edgar Degas, como en la mayoría de sus pinturas, refiere al ballet clásico como principal elemento para mostrar una práctica común de una sociedad volcada a las artes.

Edgar Degas, The Dancing Class, 1870

Edgar Degas, The Dancing Class, 1870

Fueron quizá Manet, Matisse y Lautrec quienes más se acercaron a la danza para representar la identidad. En 1862, Manet supo comprender el baile como una manifestación cultural que expresaba las raíces de un país, como sucede en su obra Le ballet espagnol.

Édouard Manet, Le Ballet Espagnol, 1862

Édouard Manet, Le Ballet Espagnol, 1862

Lautrec y Matisse, por otra parte, exploraron escenas que se vivían en los cabarets y en «otros mundos», respectivamente. Se trataba de un acercamiento cultural a momentos de la vida que en la pintura clásica era imposible de ver: por un lado, el disfrute burlesco de espacios previstos para el esparcimiento, y por el otro, culturas que hasta entonces no era consideradas como dignas de representación en las bellas artes.

Entrado el siglo XX, la danza y la relación del cuerpo con el movimiento comenzaron a alejarse de la representación, para transformarse en un medio mismo de creación, como sucede con las pinturas de Yves Klein que, si bien no están asociadas con la danza, sugieren una forma coreográfica como parte del proceso de la pintura. Posteriormente, el performance comenzó a revolucionar la relación con el cuerpo y lo puso al centro de la obra por la potencia expresiva de la gestualidad.