La representación en la obra de 5 fotógrafas del presente
El concepto de representación es uno de los más debatidos y estudiados a lo largo de la Historia del Arte, tanto desde el ámbito de la teoría como de la estética, principalmente por ser uno de los fundamentos ontológicos del ser del arte. Hablar de representación en la segunda década del siglo XXI podría parecer una necedad, sin embargo, entenderla desde la propia visualidad de las imágenes puede decir mucho sobre el tipo de miradas, narrativas y percepciones que se construyen.
Si históricamente ha sido a través de la pintura que se ha explorado la construcción de la imagen de Occidente, principalmente, es quizá en la fotografía y el cine que, desde principios del siglo XX -a propósito de la aparición y auge de estas dos técnicas y artes-, la noción de representación se ha tornado más compleja y ha tensado la distancia entre el ser del arte de los objetos y la construcción de imágenes que parten o no de lo real.
Es en la fotografía donde esta tensión se vuelve más palpable. Su constante transformación a lo largo del tiempo ha permitido pensar a profundidad en lo que vemos, cómo lo vemos y cómo se pone a disposición de la mirada. Tras su aparición, la fotografía se concebía simplemente como una técnica capaz de registrar la realidad. No se trataba de una copia -como en algún momento se le atribuyó a la pintura-, sino un soporte para capturar sucesos que habían acontecido. Es decir, se entendía como un documento del pasado.
Lejos de trazar aquí una historia de estas transformaciones, el interés radica en cuestionar las potencias de las imágenes fotográficas. Para nuestra nueva Art Guide Photo, seleccionamos cinco fotógrafas que están abriendo nuevas rutas para su disciplina y, con ello, permitiendo explorar otras posibilidades de análisis respecto a la visualidad que muestran o, mejor aún, construyen.
El trabajo de Lynsey Addario (Estados Unidos, 1973), Aneta Bartos (Polonia), Diana Scheunemann (Alemania, 1975), Amelia Troubridge (Ingraterra, 1974) y Swopes (Estados Unidos, 1989), desde sus propias particularidades, semejanzas y diferencias, permite comprender la representación desde otra perspectiva o, incluso, fracturar la propia noción.
En la obra de estas artistas no hay una representación propiamente dicha. Es decir, no hay un interés por registrar lo que es la realidad o lo que se piensa de ella, incluso cuando se puede ver en las piezas de Addario o Troubridge, por ejemplo, una suerte de documentación de femómenos sociales problemáticos o críticos.
No hay, así, una intención de dar cuenta lo que sucede en otros contextos o geografías, sino poner a discusión lo que se muestra y desde dónde opera nuestra mirada con respecto a lo que vemos. En este sentido, se discute las intenciones que existen detrás de la representación. O en otras palabras, cómo la fotografía ha posibilitado construir representaciones de territorios, personas, sucesos, etc., trazando un discurso específico de lo que hay que entender y ver de lo que se fotografía. Si bien niguna imagen, y mucho menos ninguna fotografía es ingenua, el trabajo de estas artistas no busca mediar nuestra mirada en el sentido que no hay una manipulación discursiva que dirige al espectador a crear estereotipos de algo o de alguien.
La fotografía, como prácticamente toda imagen, tiene el poder de manipular la mirada y, por lo tanto, lo saberes. Y quizá éstas prácticas fotográficas no sean la excepción. Sin embargo, logran distanciarse de la narrativa común que busca crear una sola historia de las cosas.
Incluso cuando se construyen historias, como en el caso del trabajo de Aneta Bartos en su serie Family Portrait, lo que pudiera entenderse como una manipulación de la realidad es más bien un montaje -en el sentido de la unión de diferentes elementos para crear uno solo, como se da en el cine- que es capaz de generar diferentes perspectivas de un solo fenómeno.
Por otro lado, la construcción deliberada de una imagen que no parte de la realidad misma, como en el caso del trabajo de Swope y Diana Scheunemann, interviene ya sea la manipulación digital o la existencia de la imagen como un elemento totalmente virtual. En ambos casos, lo representado se diluye aún más en un ejercicio que permite, desde el ojo del observador, qué elementos definen a las imágenes y qué tipo de visualidad están construyendo.